El sentido de ser parte

Mauricio Alfaro
3 min readAug 16, 2021

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Imagen obtenida de Google.

Wyslawa Szymborska, en un compendio poético reunido por el Fondo de Cultura Económica y comentado por Elena Poniatowska, arremete el golpe crítico más irónico y fuerte que jamás haya visto yo acerca de Occidente. En su poema, titulado Conversación con la Piedra[1], podemos encontrar estas magníficas líneas:

“Toco la puerta de la piedra.

— Soy yo, déjame entrar.

Vengo solo por curiosa.

La vida es la única ocasión.

Quiero recorrer tu palacio

Y luego visitar a la hoja y a la gota.

Tengo poco tiempo para todo.

Mi mortalidad debería conmoverte.

[…]”[2]

Ante esta conversación iniciada por la autora, o por la voz de la autora a través del personaje literario, la piedra le responde a esta:

“[Hay en mí grandes e inhabitadas salas]

Hermosas, tal vez, pero no para el gusto

de tus pobres sentidos.

Puedes reconocerme, pero no me conocerás nunca.

Te falta el sentido de ser parte.

[…]”[3]

Iniciando en el siglo IV a. C., con Platón, y encontrando su punto teórico álgido con Descartes en el siglo XVII, el pensamiento occidental ha girado todas sus energías hacia la comprensión del mundo. Este, envuelto por magníficos hechos naturales, diversos actos incomprensibles y un sinfín de fenómenos atípicos, ha sido, paradójicamente, el objeto de estudio de muchas mentes brillantes a través del tiempo. Y digo paradójicamente, porque tomar esa postura ante el Mundo, desde mi punto de vista, me parece francamente ridículo. El ser humano occidental, en este sentido, ha engendrado en sí mismo el germen que puede implicar su autodestrucción: posesión y dominio, a través de la razón.

Posesión y dominio son las posturas que el ser humano occidental ha tomado ante el mundo y ante todo lo que le rodea. Desde el núcleo social más básico de la familia hasta la relación personal con algún individuo cercano, la mercantilización de las personas y del mundo, más que ser la excepción, es la regla.

Tal vez, en estos tiempos tan borrosos y oníricos como el Mundo mismo, lo único claro es la ausencia de apreciación de lo que nos rodea. Tal vez sea en esta razón –i. e., razón cuantificadora, rasgo distintivo del ser humano–, que todo lo mide y pesa, que todo lo calcula y todo lo estima, que vislumbra al Mundo sólo como medio y nunca como fin, donde resida su inmolación.

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Y es que hace falta el sentido de ser parte porque, si la abeja zumbando se acerca, la aplasto. A la hormiga, su hormiguero irrumpo. Al pasto, lo corto. Al agua, la contamino. A la gente, no la conozco: la consumo. Al manantial, lo vacío. A la tierra, la fertilizo. Al pez, lo intoxico. A la vaca, la enveneno. Al árbol, lo talo. Convierto las raíces en fibra óptica. Convierto al aire en veneno. Me apropio de la Tierra, la reclamo como mía. Todo lo convierto en activo financiero. El Mundo es la mayor fuente de ingresos. Y es que nada nos maravilla. Creemos que lo hemos visto todo; pero no hemos visto nada. Nada es lo que queda.

Al humano lo aterroriza lo impredecible. Por ello, la estadística y la matemática son su herramienta primera. El ser humano intenta controlar todo, y su única forma de aproximarse al mundo es a través de la dominación. Es este sujeto racional y maximizador el que, a pesar de estar obsesionado con la inferencia y la predicción, no ha logrado deducir aquello que se vislumbra en el horizonte: su propia aniquilación.

[1] Szymborska, W. (2002). Poesía no completa. México, CDMX: Fondo de Cultura Económica.

[2] Ibidem.

[3] Ibidem.

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Mauricio Alfaro

Politólogo por el ITAM. Interesado en temas de filosofía del lenguaje, filosofía de la ciencia, y dilemas ético políticos de las democracias.